Evaluar los conceptos de los productos o servicios en etapas iniciales de diseño no solo permite afinar características técnicas del producto e identificar atributos que contribuyan a un mejor diseño de la estrategia de marketing para el mismo; sino también minimizar los riesgos asociados a la inversión.
Somos unos convencidos de que toda estrategia comercial debe llevar su plan de marketing bajo el brazo, porque de otro modo nuestra inversión resulta vulnerable a los distintos momentos sociales, políticos y económicos de la coyuntura. Un producto o política pública que no comunica está destinada al fracaso. No es posible que se haga realidad si no comunicamos adecuadamente la promesa de marca.
A través de la evaluación de concepto y producto se determinan brechas entre el ítem evaluado y el segmento al que está dirigido, su aceptación, alternativas, precios, entre otros. Esta coincidencia es fundamental para que toda promesa de marca se haga realidad frente al público objetivo hacia el cual nos dirigimos.
Una marca que no conecta es una marca desperdiciada. Una marca que no aterriza en la realidad es un concepto sin rumbo, sin brújula. Por ello es importantísimo que exista coherencia y conexión entre los distintos públicos objetivo identificados y la promesa de marca definida por nuestros clientes.
El concepto definido tiene que conectar con la gente. Si esta conexión no se da, el producto o servicio propuesto está destinado al fracaso, o simplemente se convierte en un concepto más, vacío de contenido y condenado a un final poco feliz, poco eficiente y débil respecto a la expectativa ciudadana.
